El del concierto

Lo reconozco. Era virgen de los conciertos. Lo sé, sé que he tenido ocasiones mil para comprar una entrada para uno, pisar una pista frente a un escenario y adentrarme en un mundo de canciones que hablan y te hacen mover a ritmos diversos. Pero no.
Yo me estrené con ella y de qué manera.
Beyoncé, que es una artista de los pies a la cabeza y viceversa, pelo incluído, se desmarcó durante 120 minutazos una frenética sesión de canciones que parecía no poder controlar ni ella misma entre que se iba y se venía con cambios de vestuario y sorbos de agua y nos dejaba al frente de su elenco particular de negros chulazos con abdominales apretados y opuestas negras coristas vestidas de grasa corporal en exceso que cantaban como ángeles en aquel infierno mezcla de hip-hop baladero y gritos sobreactuados para demostrar que, sí amigos, ella tiene una voz como solo ella tiene, y lo sabe, y lo demuestra, y lo luce y fardea de ello frente a todo el público que estamos presentes asombrados mientras nos hemos convertido en semejante multitud de zombies necesitados de más música de aquella prodigiosa voz.
A todo esto se homenajeó a sí misma y dejó ver su ego particular cuando formaba reparto estelar con las otras dos Destiny's y después se le fue la cintura a un ritmo que sospechosamente parecía copiado de aquella otra que canta con una patata en la boca que a su vez comparte canción con ella, Beautiful Liar. Que no te has enterado? Vaya, que Shakira le debió dar más de dos lecciones sobre cómo mover la cintura de tan sinuosa y envidiable forma hasta el punto de preguntarte por qué no tendrás gustos heterosexuales y responderte que ella seguro que es un show en cada una de las cosas que hace.
Beyoncé, esa mujer que pondrías en un 11 en una escala del 1 al 10,
esa mujer que se acompaña de tanta gente en sus discos, que te arranca una sonrisa al mirar su mirada, que te obliga a moverte.
El concierto comenzó al ritmo de Crazy in Love mezclado a mitad con Crazy de Gnarls Barkley y nosotros ya nos estábamos saliendo de nuestros aún sin sufrir pieses, con todo lo que quedaba por ver.
Sí, ya estábamos allí por Beyoncé y aquello no había hecho más que empezar porque la sorpresa se aventura después durante el espectáculo mientras se cambian los decorados y caen cortinas y bolas y sofases y papelitos de colores y un ventilador apunta durante las 2 horas a su cara y su pelo no deja de moverse y los chulazos mencionados anteriormente se retumban a golpe de paquete.
Qué engendro de espectáculo es ese? No te importa, Beyoncé se emocionó un par de veces mientras los asistentes coreábamos su nombre y nos dijo que éramos especiales y que nos quería mucho a todos y por eso te contagia la emotividad y te emocionas también y obvías los detalles feos y las cosas que están menos bien como que la sala no fuera la más adecuada para aquel tipo de show o el hecho de que ni nos dijese una sola palabra en nuestro preciado idioma
(idioma que ella ha practicado en más de dos canciones) o que los pies nos matasen o que la gente llegaba al punto de j-o-d-e-r.
Sí amigos, esto es la magia de ir a un concierto por primera vez.
La siguiente seguro que solo caben pegas.