viernes

El de Ratatouille

Siendo así, por qué no voy a darle un voto de confianza a una cinta que, de entrada, se presenta asquerosita con una rata (y sin faltar) como cocinera?
Yo no hago ascos a nada y siendo Pixar menos. Mira la oportunidad que le brindé a aquella nada atrayente para mí Cars. Pero Ratatouille se mostraba diferente, solamente ver la es-pec-ta-cu-lar animación de su teaser... UN TEASER!!!,... es de locos.

Ratatouille se ha convertido en mi película animada favorita por muchos motivos.

Aunque entrando con un par de minutos empezada, según iba subiendo las escaleras ya estaba enganchado a su espectacular calidad técnica. Y me senté. Y me dejé llevar durante más de hora y media por aquel mini-chef que hablaba sin palabras y perseguía su sueño: ser cocinero en la refinada París, cuna de la alta cocina, de la esquisitez y de la sofisticación llevada al éxtasis, como la propia historia.
No puedo menos que alabar esta gran película concebida para demostrar que sigue existiendo el cine de animación para finos gourmets que no se conforman con ver las avalanchas de masas de churros que otras fábricas elaboran y nos venden con ingredientes de la peor calidad. Y eso es lo malo de Ratatouille.
Ratatouille
tendrá que conformarse con una baja taquilla, una recaudación que posiblemente la dejará muy alejada de las arcas recaudadas por Nemo y compañía o Monstruos S.A.

Pero acaso importa la cifra que alcance?

A nosotros no, porque gracias a esto hemos sido testigos
de una película que se aleja de los chistes fáciles, del humor escatológico, bien pudiendo haberlo hecho debido a sus particulares protagonistas, de los guiones basura y de la animación barata, estúpida y, permitiéndome el lujo de decirlo, cutre.

La historia desarrollada como un cuento desde su comienzo se va desenvolviendo mientras hacemos acto de presencia a infinidad de originalidades que sólo Pixar, unido con el genio creativo de Brad Bird, nos podían ofrecer. Brad Bird, ese genio de incalculable valor resistido a hacer películas infantiles, nos regala arte en todo lo que toca. Desde, como bien decía antes, la increíble animación de los personajes, pasando por su estilizado humor visual que no cae en lo grosero, y su deslumbrante guión porque, queridos amigos, el guión en este filme de roedores también brilla y con mucha fuerza, y no podía ser menos tratándose de la ciudad de las luces.
Un guión que se aleja del cine comercial creado para vendernos estanterías repletas de muñecos y carpetas con imágenes de la película, sino que profundiza en los personajes y en la historia y te embarca en una bonita fábula que no se limita a pintarnos una amistad entre un hombre y una rata. Bien fácil podría haber sido hacer que Remy, la rata protagonista, y Linguini, el novato cocinero humano, se comunicaran a través de conversaciones pero Pixar se propone el más dificil todavía y traza una estrecha e imprescindible vinculación entre ambos hasta el punto de necesitarse mutuamente, de una forma más o menos simpática, pero original hasta rabiar. Un guión que nos propone puntos tan extremos como la insalubridad de una rata con la higiene de una cocina (Remy andando con las patas traseras para no mancharse las delanteras con las que cocina no tiene precio), la sintonía entre un humano y un asqueroso (fuera de pantalla) roedor, perseguir y alcanzar los sueños propios (cualquiera puede cocinar) y así durante 100 minutos, con sus pintorescos personajes, desde la troupe de ratas hasta el equipo de humanos, con un monólogo final de Ego, el crítico gastronómico, que quita el sentido y nos encharca los ojos hasta el punto de tener ganas de levantarte y aplaudir en la sala. Y terminando por la marca de la casa y base de su cine de buen hacer: la animación en 2-D en los créditos finales. Un lujo que pocos se atreven y saben hacer.
Gracias Pixar, por hacernos soñar con historias tan increíbles como esta y devolvernos la ilusión por ver cine con mayúsculas.

El conformismo promueve la mediocridad.

Bon appetit!